El trabajo o proceso alquímico se hace en tres fases
principales, que se explican y enseñan de forma alegórica y metafórica a
aquellos que desean aprender “la gran obra”, como la alquimia ha sido
siempre llamada.
Ennegrecimiento
La primera de esas fases del proceso alquímico por la que
todo aspirante a conseguir “oro” (una conciencia pura e iluminada) tenía que
empezar, es llamada “Nigredo” (en latín), que viene a traducirse algo
así como “ennegrecimiento”. Se trata del estado inicial del proceso, en
el que aquello a ser transformado (el ser humano) se considera en un estado de
corrupción, disolución, individualización e incluso putrefacción.
Representa la noche oscura del alma, sobre el descenso a las profundidades de cada uno de nosotros, sobre el trabajo con
aquello que llamamos “la sombra”. El elemento que caracteriza el estado
de ese alma en esta primera fase es la Sal, porque es un
componente que refleja perfectamente las características de cristalización,
fijación, y dureza, resistente al cambio, que posee todo hombre cuando no ha
iniciado ningún trabajo sobre si mismo. Posiblemente sea este el estado en el
que se encuentra una gran parte de la humanidad en estos momentos, hablando a
nivel macro y generalizado.
Blanqueamiento
La segunda fase se llama el “Albedo”, o
blanqueamiento. Representa el proceso de la purificación espiritual, el quemado
de las impurezas de la sal, como analogía de la personalidad (etérico,
emocional, mental) y alma (causal) sin trabajar, y cuyo resultado produce un
ser humano “fluido”, representado en los libros de alquimia por el mercurio,
un metal líquido, en quien se están dando cambios rápidos a nivel mental,
emocional, etérico y físico (incluso llegando de cambios energéticos a nivel de
ADN). En esta fase, se potencia la parte intuitiva y femenina, la imaginación,
la creatividad, siendo el primer paso hacia la creación (o despertar) del
elixir de la vida y de la piedra filosofal (la esencia o ser interior). Es el
proceso que, a nivel de toda la humanidad, cuando se produzca de forma
masiva, llevará a la apertura de mentes, a la masa crítica necesaria para
el cambio, a aceptar y comprender la realidad del mundo en el que se vive, a
mirar hacia dentro para buscar todas las respuestas, y no más hacia el
exterior. La intuición, la confianza en el poder y potencial de cada uno, se va
abriendo paso, y se van viendo chispas de la conexión con la piedra filosofal,
que pugna por ser encontrada en el interior de cada persona.
Es el proceso de “despertar”, cuando reconocemos que
las cosas no son como nos las han contado, y cuando nace el deseo de aprender
de “verdad” y dejar ir todos los antiguos y rígidos sistemas de creencias
milenarios con los que nos han programado. Es por eso que el “blanqueamiento”
representa la “quema”, el llevar a la hoguera todo lo que no está alineado con
una conciencia superior que viene dictada por la conexión y enseñanzas de
nuestro ser.
Enrojecimiento
La tercera y última fase es llamada “Rubedo” o
enrojecimiento, y consiste finalmente en la transmutación en oro de la sal, la
piedra y plomo inicial (diferentes facetas del hombre “rudo”, “basto”, “sin
trabajar ni pulir”), que ha pasado a ser mercurio, luego otros metales
intermedios, y ahora es finalmente oro, representando la pureza de la
conciencia, del alma y del ser, y el hallazgo del elixir de la vida, la piedra
filosofal, muchas veces representada en color rojo, que simboliza la
unificación del hombre (lo limitado y finito, el microcosmos) con la Fuente (lo
ilimitado e infinito, el macrocosmos). Es la fase del ser que “entra” a tomar
posesión de su vehículo físico y de la conciencia que lo dirige.
Ceremonias iniciáticas alquímicas:
“La Ceremonia por la cual vais a pasar de inmediato,
tiende a haceros vivir, mediante
su simbolismo, únicamente esotérico, el desarrollo post-mortem, de la separación de
los elementos que constituyen vuestro ser…”
“Aurum Nostrum non est Aurum Vulgi”
su simbolismo, únicamente esotérico, el desarrollo post-mortem, de la separación de
los elementos que constituyen vuestro ser…”
“Aurum Nostrum non est Aurum Vulgi”
Desde tiempos remotos, siguiendo este proceso alquímico que
hemos visto, existían en muchas escuelas iniciáticas, ya desde el antiguo
Egipto, ceremonias que estaban destinadas a simbolizar el paso del hombre por
las diferentes fases de la transmutación interior.
A aquel que iba a ser iniciado, se le reconocía como la
piedra o el plomo, la materia prima sobre la que había que trabajar. Primero,
en la fase de Nigredo, el aspirante empezaba la ceremonia en un cuarto oscuro,
el cuarto de reflexión, representación del plano terrenal y material. En esta
habitación podía ver o intuir los símbolos asociados a esta fase: el azufre,
las piedras, la sal, las siglas V.I.T.R.I.O.L,
que significaban VISITA INTERIORA TERRA RECTIFICANDO INVENIES OCCULTUM
LAPIDEM” – visite el interior de la tierra y rectificando encontrará la
piedra oculta, que viene a ser lo mismo que cava en tu propia alma para
encontrar la sabiduría que llevas dentro, y donde el aspirante escribía su
testamento filosófico, pues si la ceremonia resultaba exitosa, se iba a
despedir para siempre de esa parte de si mismo mundana, limitada, “negra”.
Realmente esta primera fase simbolizaba la muerte física de la persona, pues
como decía Hazrat Inayat Khan, fundador del sufismo universal: “no puede
haber renacimiento sin una noche oscura del alma, una aniquilación total de
todo lo que creías y pensabas que eras”.
La segunda fase era la llamada prueba del agua, pues era la
prueba de la parte emocional, asimilada al paso por el plano astral, y la
prueba asociada al “blanqueamiento” del alma, del iniciado. Aquí se
confrontaba al neófito a todos sus sentimientos oscuros y crueles, a sus
pasiones animales involutivas, a sus vicios, a todas las tendencias inferiores
que se habían cristalizado en su naturaleza, a sus miedos y temores, y este los
debía ver cara a cara, y purificarlos, debía transmutarlos, dominarlos, y
expulsarlos de si mismo. Luego, superada esta etapa, si lo conseguía, venia una
intermedia antes de llegar al Enrojecimiento final, y era el paso por la
etapa asociada al plano mental, llamada Citrinitas, pues el iniciado que
inició su camino “negro”, y luego fue “blanqueado”, ahora
empezaba a tomar simbólicamente un tono “amarillento” (su alma y su
personalidad). Así, el profano, una vez purificado en sus sentimientos y
deseos, debía ahora hacer pleno uso de sus poderes mentales, aprendiendo la
dura labor de pensar por si mismo, y dejar de buscar fuera lo que sabe ya
que tiene dentro.
Finalmente, el oro
Y cuando el cuerpo físico había muerto y renacido, el cuerpo
emocional y de deseos había sido limpiado de miedos, bajas pasiones, emociones
negativas, y el cuerpo mental había sido renovado y toda la programación,
creencias, ideas falsas y “basura” mental había sido limpiada, llegaba entonces
la última parte, cuando la “piedra” o el “plomo”, el ser humano, adquiría
el legendario tono rojizo que denotaba que había encontrado la Piedra
Filosofal, el Lapis Philosophorum.
El hombre encontró a su ser, a su esencia, y con ella todos
los “metales viles” se convierten en oro, todas las imperfecciones
energéticas que llevan a la enfermedad se pueden curar, toda disfunción
energética y mental se puede armonizar.
Esta última etapa es la que corresponde al RUBEDO,
dominando sobre ella el SOL, el logos Solar, máxima representación de la Fuente
en el sistema en el que vivimos. Horus es su Deidad y el color es el rojo.
El ser humano ha despertado, su conciencia es la conciencia
de su ser, y su camino es el de servicio a la humanidad. Ahora sí, el trabajo
para conseguirlo es tan titánico y arduo, que por eso realmente solo unos pocos
alquimistas llegaron a encontrar el valor y el tesón para ello.
Quizás sabiendo lo que tenemos que hacer, no dejemos pasar ni un segundo más nosotros y nos pongamos manos a la obra.
La alquimia, tan mitificada y escondida en libros y tratados
ininteligibles, se convierte así en algo tan simple como pasar por una
renovación física, emocional, mental y espiritual, pero a niveles tan profundos
que, cuando se realiza, el elixir de la vida aparece por sí solo, y uno se da
cuenta que siempre tuvo la facultad de transformar en oro todo lo que tocaba,
porque siempre había sido portador inconsciente de su propia piedra filosofal.
Artículo original de David Topi.