El Universo material, creado por el Demiurgo, opera de forma
fractal, dando lugar a nuestra Realidad Holocúantica, pero para que estos
suceda necesita encapsular la chista divina del espíritu increado.
De esta manera, se cumple el principio Hermético de
Correspondencia: “Este principio encierra la verdad de que hay siempre una
cierta correspondencia entre las leyes y los fenómenos de los varios estados
del ser y de la vida, y el antiquísimo axioma hermético se refiere precisamente
a esto, y afirma: «Como es arriba, es abajo; como es abajo, es arriba», y la
comprensión de este principio da una clave para resolver muchos de los más
obscuros problemas y paradojas de los misteriosos secretos de la Naturaleza.
Hay muchos planos que no conocemos, pero cuando aplicamos esa ley de
correspondencia a ellos, mucho de lo que de otra manera nos sería
incomprensible se hace claro a nuestra conciencia. Este principio es de
aplicación universal en los diversos planos, mental, material o espiritual del
Cosmos: es una ley universal.”
Los filósofos antiguos atisbaron una serie de
correspondencias entre el cuerpo humano y el Universo. Esta relación está en el
origen de todo conocimiento esotérico y es en cierta forma un mapa de
reconexión, que permite al hombre unirse con el resto del Universo material,
entrando en ritmo y consonancia con este orden. La idea que se deriva del
sistema de correspondencias es que el hombre contiene en su interior el mismo
arquetipo que el Universo entero y por lo tanto si logra conocerse a sí mismo
podrá conocer el Universo con sus Dioses Arquetípicos que lo componen, como los
místicos han dicho, parafraseando la famosa frase inscrita en el oráculo de
Delfos.
Decía Paracelso que habían tres libros sagrados: la Biblia,
el cuerpo del hombre y el cosmos.
El origen de las correspondencias, esa madeja de hebras
luminosas que todo lo abarcan, según la tradición hermética viene de Egipto,
donde se dice que existían dos columna o pilares en los que Thot (Hermes,
egipcio) había escrito esta sabiduría primordial, antediluviana, la cual habría
sido custodiada por los sacerdotes. Según Jámblico en sus Misterios egipcios,
Pitágoras y Platón estudiaron las estelas egipcias en el templo de Sais
(posiblemente Seth). La fuente principal que la tradición recoge es el texto
atribuido a Maneto, el Libro de Sothis (o Libro de Sirio). Maneto fue un
sacerdote egipcio, y el texto en cuestión fue citado por el monje Jorge
Sincelo, pero ha desaparecido. La mayoría de los investigadores modernos
consideran que es apócrifo, algunos investigadores esotéricos, como G. S. Mead,
sin embargo, consideran que tiene bases sustanciales. Se dice ahí que Thot (el
primer Hermes) inscribió una estela ahí con su conocimiento en jeroglíficos
–para preservar la tradición ante un cataclismo– que luego fueron traducidos.
Este sería también el origen remoto de la famosa Tabla Esmeralda.
Las expresiones más detalladas, y por momentos abrumadoras,
de las correspondencias, seguramente las podemos encontrar en la India de los
Vedas, con sus elaborados sacrificios en los que cada elemento corresponde a
otro en una red vertiginosa de analogías. El fuego, el soma, el ghee, el poste
central, el caballo, todos estos elementos no sólo están conectados con partes
del cuerpo, planetas y con divinidades sino que son también un teatro vivo de
memoria que narra acciones distantes en los mundos celestes. La otra gran
demostración de una intrincada manifestación de correspondencias la podemos
encontrar entre los cabalistas y los alquimistas. Los primeros, al buscar la creación
del golem, crean un monumental edificio de correspondencias siguiendo el
principio de que el universo entero fue construido con las 22 letras hebreas:
las permutaciones de estas letras en correspondencia con los días de la semana,
las 10 emanaciones, las partes del cuerpo, los astros y otros elementos,
constituyen un sistema de meditación que es a la vez una especie de plano
arquitectónico para construir un templo invisible. Los segundos, para conseguir
la piedra filosofal, vinculan los siete metales con los siete planetas y con
las siete etapas de la gran obra y de aquí se desprende una serie de
correspondencias también con toda la fauna y flora conocida e imaginaria,
haciendo una medicina espagírica de la naturaleza, también llamada agricultura
celestial. Ambos, el golem y la piedra filosofal, son símbolos de un cuerpo
espiritual, de una nave psíquica para alcanzar un nuevo estadio de conciencia y
acercarse a la divinidad. Tanto la alquimia como la cábala utilizan el sistema
astrológico, cuyos orígenes algunos sitúan en Babilonia, pero que su verdadera
raíz es desconocida y seguramente más antigua.
La representación del encapsulamiento del espíritu es el
Adan Kadmon
Dice Borges sobre la cábala:
La idea del Ser eterno que siempre ha tenido esas 10
emanaciones es de difícil comprensión. Esas 10 emanaciones emanan una de otra.
El texto nos dice que corresponden a los dedos de la mano. La primera emanación
se llama la Corona y es comparable a un rayo de luz que surge del Ein Sof, un
rayo de luz que no lo disminuye, un ser ilimitado al que no se puede disminuir.
De la Corona surge otra emanación, de ésa, otra, de ésa, otra, y así hasta
completar 10. Cada emanación es tripartita. Una de las tres partes es aquella
por la cual se comunica con el Ser Superior; otra, la central, es la esencial;
otra, la que le sirve para comunicarse con la emanación inferior.
Las 10 emanaciones forman un hombre que se llama el Adam
Kadmon, el Hombre Arquetipo. Ese hombre está en el cielo y nosotros somos su
reflejo. Ese hombre, de esas 10 emanaciones, emana un mundo, emana otro, hasta
cuatro…
La cábala luriana comparte la idea gnóstica de que la materia es luz
atrapada, alejada de su origen divino, y que el papel del ser humano es
liberar la luz, el potencial de la semilla que es un retorno a la raíz.
El filósofo hermético Schwaller de Lubicz dice que la materia “es
espíritu encerrado por el poder de la contracción que preside la
densidad”. El tikkun es en cierta forma una redención del universo a
través de la percepción de la unidad en todas las cosas y una ciencia de
la revelación del espíritu. Así, la rotura en el origen sería parte del
plan divino, o como señala Andrés Claro: “una lección de enseñanza que
no es otra cosa que la de su retirada”. Dios nos estaría impulsando a
completar el universo en su ausencia, llenando nuestra existencia de la
sed de henchirnos en su ser y así encendiendo un Eros por regresar a
casa o lo que la ciencia moderna llama “evolución”. De emprender lo que
Plotino llama “el vuelo del solo al Solo”. O,
en la filosofía pitágorica y en la visión de Chaim Smith, completar el
paso de la mónada (el 1) a la década o tetractys (10). Pitágoras
consideraba que el 10 era el número de la perfección y simbolizaba el
regreso a la mónada, en esta cifra los números y por lo tanto toda la
creación resultante del proceso generativo retornaban a la unidad,
habiendo completado el ciclo del orden más alto, en la conciencia pura
de su origen.
Manly P. Hall en su libro La filosofía de la astrología nos
introduce a la visión del microcosmos de Paracelso:
En palabras de Paracelso: “Hay una estrella en el hombre por
cada estrella en el cielo”. Y porque hay una estrella en su interior, el hombre
puede encontrar su contraparte en el universo; y porque tiene esta estrella en
su propia alma, el hombre puede entender y fusionar sus energías racionales y
emocionales con las más distantes en los cielos. No puede haber entendimiento
entre disímiles. El hombre sólo puede entender lo que él mismo es. Es porque él
es todas las cosas que a fin de cuentas puede entender todas las cosas. Este es
el gran misterio que enseñaban en los antiguos templos. Es por esta sublime
verdad que el ser humano tiene un potencial ilimitado, y contiene en sí mismo
la posibilidad de crecer y saber todo.
En el budismo podemos encontrar una interpretación distinta
de las correspondencias en el concepto de pattica samuppada (la originación
dependiente) y en la metáfora del collar de Indra, utilizada en el budismo
hua-yen para explicar este mismo concepto. Se dice que quien percibe la
originación dependiente ve el Dharma (la ley, la verdad). La idea de la
originación dependiente es un tanto compleja pero en resumidas cuentas sostiene
que todas las cosas y todos los fenómenos dependen el uno del otro y por lo
tanto no tienen una realidad independiente. Todas las cosas dependen la una de
la otra y si siguiéramos esta cadena hasta su última causa arribaríamos a la
nada o al vacío. La realidad es entonces el vacío mismo o el cuerpo del Dharma,
el dharmakaya, que está ligado a su vez con el estado de nirvana y aquello que
no ha nacido ni morirá, aquello que es perpetuo devenir. El santo budista
Nagarjuna dice que este cuerpo iluminado, también llamado dharmadatu, emerge
cuando se purifican todas las aflicciones y los compuestos: es como la
mantequilla en la leche que no vemos hasta que no se purifica.
Así se describe el famoso collar de Indra:
Lejos en la mansión celestial del gran dios Indra hay una
fabulosa red que ha sido colgada por un astuto artífice de tal manera que se
extiende infinitamente en todas direcciones. En sintonía con los gustos
extravagantes de las deidades, el artífice ha colgado una joya resplandeciente
en cada “ojo” de la red, y como la red es en sí misma infinita en dimensión,
las joyas son infinitas en número. Ahí cuelgan las joyas brillando como
estrellas de primera magnitud, una suprema visión que sostener. Si seleccionamos
arbitrariamente una de estas joyas para inspeccionar y la analizamos de cerca,
descubriremos que en su superficie azogada se reflejan todas las demás joyas de
la red, infinitas en número. No sólo eso, sino que cada una de las joyas
reflejadas en esta joya también está reflejando todas las otras joyas, así que
hay un número infinito de procesos de reflejo ocurriendo.Por último tenemos a la física moderna, que ha encontrado una extraña propiedad en la naturaleza básica de la materia: el entrelazamiento cuántico. Esta propiedad, considerada como una aberración fantasmagórica por Einstein, describe la conexión instantánea que existe entre dos partículas que han entrado en contacto entre sí, no obstante la distancia (una definición muy parecida a la de la magia simpática de James Frazer). El entrelazamiento cuántico sugiere que el universo es no-local, es decir todas las regiones del espacio dependen la una de la otra, lo cual significa un principio intrínseco de inseparabilidad. Según el físico Mark Van Raamsdonk: “El espacio-tiempo es sólo una imagen geométrica de cómo un sistema cuántico se entrelaza”.
Todas estas ideas, apuntan desde distintos
frentes a la unidad indivisible de la realidad, todas revelan que la
multiplicidad y la inconexión son meros juegos de apariencias e ilusiones. Como
si observáramos el resplandor de una vela en una casa de espejos multiplicada
en miles de reflejos y, sin embargo, es una única luz la que produce todos los
reflejos.
Extraido parcialmente sobre artículos de: Alejandro Martínez Gallardo
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