En el segundo libro del Corpus Hermeticum, en el diálogo de
Asclepio y Hermes, se dice que el espacio para acomodar al vasto animal que es
el cosmos debe ser inmenso e incorpóreo.
Dice Hermes:
El espacio entonces, es incorpóreo. Lo incorpóreo es lo
divino o es Dios. Entiendo divino como algo que no ha sido engendrado…
Si lo incorpóreo es divino está dotado de esencia; si es
Dios entonces está más allá de la esencia, de otra forma sería perceptible.
Para nosotros Dios es la percepción más alta, pero no para Él. Puesto que
aquello que es percibido es percibido por los sentidos del sujeto percipiente,
por ello Dios no es percibido por Sí mismo. Sin embargo, en tanto a que Él es
aquello que es percibido, se percibe a a Sí mismo.
Tenemos entonces aquí la noción de que el espacio es lo que
no ha sido engendrado y por lo tanto divino o Dios mismo, siendo así la base de
donde el cosmos se nutre. Existe así un principio de identidad en tanto a que
se entiende que la divinidad es inteligencia pura, y por lo tanto incorpórea (y
no tenemos un mejor concepto o analogía para pensar en lo incorpóreo que el
espacio). Por otro lado tenemos la paradoja de que Dios no puede ser definido y
limitado y por lo tanto debe ser algo más que las cosas que existen en el
universo y los sentidos que las hacen conocidas y, sin embargo, ya que todo lo
que existe es Él, entonces toda percepción es una autopercepción divina.
Más tarde en el diálogo después de probar que las cosas que
en primera instancia son consideradas como vacías, como el aire o como un
cuenco, en realidad no lo están, Asclepio le pregunta a Hermes
-¿Entonces que se puede decir que es el espacio en el cual
todo se mueve?
-Es incorpóreo, Asclepio
-Y que es lo incorpóreo.
-Nous, la Palabra, surgiendo de aquello que es una
totalidad, íntegro y completo; Nous autocontenido, descorporizado, dinámico,
inmaculado, impalpable, mantenido por sí mismo, conteniendo e interpenetrando a
todos los seres, cuyas glorias son el Bien Supremo, la verdad, el origen del
aliento vital, el origen del alma.
La anterior es la versión de The Way of Hermes, de Clement
Salaman. A continuación la versión de Xavier Renau publicada por Editorial
Gredos, lo incorpóreo es:
Un pensamiento total que se contiene totalmente a sí mismo,
libre de cualquier cuerpo, estable, impasible, intangible, inmóvil él mismo en
sí mismo, capaz de contener todas las cosas y salvaguardar de todos los seres
cuyos rayos son el bien, la verdad, el arquetipo del aliento vital y el alma
arquetípica.
Recordamos aquí aquella frase misteriosa del hinduismo que
dice que el espacio es el aliento de Shiva. Y la noción de los ciclos
manvantáricos en los que el universo entero es considerado un sueño en la mente
de Vishnu, Brahma o Shiva, según el credo. Cuando la divinidad inhala, el mundo
desaparece; cuando exhala el mundo se manifiesta. Todo lo cual evoca también el
Ruach (aliento) de los espíritus de Dios (Elohim) que se posan sobre las aguas
[el espacio, el caos que se impregna de espíritu] en el Génesis para ejecutar
el acto creativo, que no es más que, según René Schwaller de Lubicz, el paso
del Uno al Dos. “El número es, como pensó Balzac, una entidad, y al mismo
tiempo, un Aliento emanando de lo que llamó Dios y que llamamos aquí el Todo;
el aliento que organizó el cosmos físico”, dice Madam Blavatsky.
La teosofía entiende que “el espacio es una entidad”, la más
vasta de las entidades. Desde una perspectiva no dual, no hay diferencia entre
ls fenómenos y el contenedor o la potencialidad de los fenómenos, esto es algo
que también aparece en el budismo mahayana, particularmente con la idea de la
base, el dharmadatu, que es equivalente e la mente –una unidad que se extiende
entre conciencia, luz y espacio. En el hermetismo esta idea es diferente en
tanto a que la mente tiene un origen divino y en algunos aspectos trascendentes,
si bien es el espacio mismo, y su difusión, por lo cual también es inmanente.
Pero podemos afirmar que coinciden el budismo y el hermetismo en que la esencia
de todas las cosas, todo lo que vemos, no es más que Mente, un principio de
cognoscitividad universalmente difundido, el cual es no-dual en tanto a que se
conoce a sí mismo, no hay realmente un sujeto y un objeto; en el hermetismo, en
el tantrismo shivaísta y en la teoesofía esto nos lleva a la noción de una
subjetividad absoluta: todo es Dios disfrutando de su infinita diversidad
experiencial; en el budismo esto nos lleva a un vacuidad, a una ausencia de yo
donde sin embargo hay experiencia e incluso gozo.
Sugiere Blavatsky en La Doctrina Secreta que esa oscuridad
que asociamos con el espacio es en realidad pura luz de la misma manera que la
vacuidad en realidad es una plenitud, un pleroma. “La esencia de la oscuridad
es la luz absoluta. La oscuridad es tomada alegóricamente como representado la
condición del universo dentro del Pralaya [el estado no-manifiesto], o el
término de descanso absoluto, o no-ser, como aparece a nuestras mentes finitas”
Texto: cadenaaurea.com